Cuestión Nacional versus Cuestión Racional

El Presidente del Gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, ha presentado hace unas horas las dos preguntas que quiere plantear en una consulta el 25 de octubre a los ciudadanos del País Vasco (en puridad, puesto que estamos en España, se debería decir “a los súbditos del País Vasco” pues ciudadano es una figura propia de una república, siendo el súbdito su homólogo en una monarquía).

La primera pregunta dice así: "¿Está Usted de acuerdo en apoyar un proceso de final dialogado de la violencia, si previamente ETA manifiesta de forma inequívoca su voluntad de poner fin a la misma de una vez y para siempre?"

Tras leerla es inevitable la sensación de déjà vu: es una copia casi calcada de la resolución que aprobó en el 2005 el Congreso de los Diputados. En aquella se decía que “(…) si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad para poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia (…)”.

La pregunta es puro ejercicio de voluntarismo e intuyo que responde fundamentalmente a la necesidad permanente que tiene el PNV de presentarse ante el mundo como el máximo garante de la “solución dialogada y negociada al conflicto vasco”.

La segunda pregunta, con más miga, es la siguiente: “¿Está Usted de acuerdo en que los partidos vascos, sin exclusiones, inicien un proceso de negociación para alcanzar un acuerdo democrático sobre el ejercicio del derecho a decidir del Pueblo Vasco, y que dicho acuerdo sea sometido a referéndum antes de que finalice el año 2010?”

Lo retorcido de la pregunta, su mala redacción y la poca idoneidad para responder a ella con un “sí” o un “no” no es un invento de Ibarretxe: ya los quebeques plantearon en su día la siguiente enrevesada cuestión “¿Está usted de acuerdo con que Quebec debiera acceder a la soberanía tras haber efectuado una propuesta formal a Canadá de una nueva forma de asociación [partnership] económica y política dentro de lo previsto en la ley que se refiere al futuro de Quebec y el acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”

Era tan compleja la pregunta que para comprender qué significaba ahí la palabra “soberanía” había que acudir a la “Ley de soberanía” aprobado unos meses antes en los que se proclamaba la capacidad de Québec para convertirse “en un país soberano, adquirir el poder exclusivo de aprobar todas sus leyes y establecer sus impuestos y firmar todos sus tratados". Es decir, la independencia.

Cuando la democracia es tan pobre que el papel del ciudadano (aparte del aborregante ejercicio de sancionar cada cuatro años una lista de personas) se limita a poder asentir o negar en una consulta, lo mínimo que se puede pedir a quienes nos plantean las preguntas es que nos den algo a lo que podamos responder.

La pregunta de Ibarretxe es irrespondible y se merecería que, si llega a producirse la consulta, se escrutasen un millón de votos del estilo “éste papel vale por un bollu preñau y una botella de sidra” o “tonto el que lo lea”.

Vayamos por partes al examinar el contenido de la pregunta:

1) Se pretende en ella que, de ganar el sí, “los partidos vascos inicien un proceso de negociación”. Es una retorcida concepción de la democracia aquella que cree que una mayoría de personas pueden obligar a la totalidad de sus representantes a hacer esta o aquella cosa. Si un partido quiere no sentarse a negociar nada con nadie está en su pleno derecho democrático. Decía Rosa Luxemburgo que “la libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.

Tampoco en esto ha sido especialmente original Ibarretxe: PP y PSOE llevan desde hace muchos años sustentando un sistema en el cual para poder funcionar como partido político es necesario condenar el terrorismo de ETA.

Para mí la actitud de quienes con su silencio justifican los crímenes de ETA es vomitiva, pero aún así creo que deben tener libertad para guardar silencio. Al igual que defiendo que el PP y el PSOE deben tener el derecho a poder seguir constituidos como partidos políticos pese a sus reiterados silencios ante las masacres del gobierno terrorista de Israel contra la población palestina y su negativa constante a condenar el genocidio que los sionistas están llevando a cabo en el medio oriente.

Para no extenderme en éste punto recomiendo el artículo de Javier Pérez Royo llamado “El derecho de Batasuna a no condenar”.

2) Continua con “…para alcanzar un acuerdo democrático sobre el ejercicio del derecho a decidir del Pueblo Vasco, y que dicho acuerdo sea sometido a referéndum antes de que finalice el año 2010”. Maldito proceso de negociación será aquel en el que está definido desde el comienzo a qué acuerdo debe llegarse, a saber: a un acuerdo democrático sobre el ejercicio del derecho a decidir del Pueblo Vasco y su posterior sometimiento del mismo a referéndum. Deduzco pues que si gana el “sí” el partido que no se sume al “acuerdo sobre el derecho a decidir” estará incumpliendo el mandato ciudadano.

Pero yendo más allá: si el “derecho a decidir” es realmente un derecho, ¿cómo es posible que se negocie sobre él? Si como parece apuntar Ibarretxe es un derecho conquistado (la pregunta no plantea que la negociación irá encaminada a decidir si existe o no tal derecho a decidir, sino que lo plantea como un derecho realmente existente) habrá que cuestionarse sobre cómo ejecutarlo de la mejor manera.

Desde mi punto de vista la mejor pregunta sobre la cuestión nacional vasca que se podría realizar a la ciudadanía vasca sería aquella que versase directamente sobre la independencia del País Vasco.

Acabo la larga entrada de hoy con cuatro extractos de reflexiones de Lenin que vienen muy al caso:

"Sí, indiscutiblemente debemos luchar contra toda opresión nacional. No, indiscutiblemente no debemos luchar por cualquier desarrollo nacional, por la "cultura nacional" en general". (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional.)

"Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación". (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación)

Para no conculcar el ‘derecho a la autodeterminación’, no debemos ‘votar por la separación’, como supone el perspicaz señor Semkovski, sino votar por que se faculte a la región que desea para que ella misma decida esta cuestión.
El reconocimiento del derecho a la autodeterminación ‘hace al juego’ al ‘más rabioso nacionalismo burgués’, asegura el señor Semkovski. Eso es una puerilidad, pues el reconocimiento de este derecho no excluye en modo alguno que se haga propaganda y agitación contra la separación y se denuncie el nacionalismo burgués. En cambio, lo que sí está fuera de toda duda es que la negación del derecho a la separación ‘hace el juego’ al más rabioso nacionalismo gran ruso de las centurias negras". (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario)

"¿Contestar ‘sí o no’ en lo que se refiere a la separación de cada nación? Parece una reivindicación sumamente "práctica". Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teoría y conducente a subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la práctica. La burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases". (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación.)


La hora de los mameyes

Hace menos de una semana conseguí el libro “Cuba: la hora de los mameyes” gracias a la desinteresada aportación de trabajo y capital de mi generosa madre (no sólo pagó los 17 € que costaba, sino que me lo compró ella misma de la que iba a hacer un recado).

Está escrito por el que fuera corresponsal en Cuba de RTVE, José Manuel Martín Medem, una persona que, sin conocer yo demasiado de su vida y obra, podría calificar (sin ánimo de ser muy exhaustivo en la descripción) como “un tío rojo”.

“La hora de los mameyes” es una expresión cubana que significa “la hora de la verdad” o “el momento crítico”. La expresión nació hace un par de siglos y medio cuando los ingleses desembarcaron en Cuba llevando un uniforme con chaqueta roja y pantalón negro, que son los colores del mamey, fruta cubana.

Se conoce que a partir del toque de queda que marcaba el cañonazo de las nueve de la noche los ingleses se esmeraban especialmente en repartir leña a los cubanos que pillaban por la calle, y esa era conocida como “la hora de los mameyes”.

El libro es sensacional y lo devoré con el máximo interés. Martín Medem reparte críticas a diestra y siniestra, desde al periodista Pascual Serrano hasta a la disidencia interna teledirigida, pero reserva sus mayores reprobaciones para los dinosaurios del Partido Comunista Cubano.

Comparto la reflexión de Javier Ortiz que señala que “Martín Medem no es ni ambiguo ni equidistante: está con el pueblo cubano, con sus problemas y sus preocupaciones, y defiende un socialismo crítico y radical. Pero no sirve a más causas que a la de su propia reflexión y a la de sus propios sentimientos. Como debe ser”.

Tras leerlo sientes haber examinado todos los escenarios principales de la Cuba de hoy: la realidad del PCC y de las Fuerzas Armadas, la importancia de las próximas elecciones presidenciales estadounidenses y cómo éstas afectarían al bloqueo, el papel del ausente/presente Fidel, las intenciones que deja entrever Raúl, la situación de las economías domésticas y de la gran economía, el estado de la disidencia interna, los medios de comunicación…

Lo único “malo” que se puede decir del libro es que tiene fecha de caducidad cercana: más bien pronto que tarde se arrojará luz sobre las cuestiones principales que Medem plantea…así que es una lectura para ser consumida ya.

El futuro de la isla es tan incierto como apasionante…pase lo que pase espero que las dificultades se resuelvan siempre a favor del avance del pueblo cubano hacia las tres metas fundamentales de la Revolución: la autodeterminación nacional, la justicia social y el desarrollo económico. Sólo así podremos decir que “la vida es un bolero en los pianos de agua del malecón y la ternura estremece a la revuelta de la historia en unos ojos del color del mar de Cuba”.

La herencia jacobina

Quiero inaugurar éste blog con un extracto de una estupenda entrevista realizada al historiador Joaquín Miras.

Miras fue militante del PSUC del 73 al 82, organización que abandona a raíz de los desencuentros surgidos en el V Congreso del Partit Socialista Unificat de Catalunya y pasa a formar parte de la escisión que conformaría el PCC (Partit dels Comunistes de Catalunya). Deja también el PCC mientras éste se encontraba conformando Esquerra Unida i Alternativa (el actual referente catalán de Izquierda Unida) por considerar que el partido funcionaba en clave institucional y que había dejado completamente abandonada la tarea de organizar tejido social y de la lucha cotidiana en empresas y barrios.

Actualmente forma parte de la asociación cultura marxista “Espaimarx”.

Aunque toda la larga entrevista es interesante (adjunto el link para acceder al texto completo para quien tenga especial interés) , me parece especialmente destacable sus reflexiones a raíz de tres preguntas sobre republicanismo y comunismo.

Pregunta: Estás vinculado al republicanismo político de orientación comunista. ¿Qué es para ti el republicanismo?

Respuesta: Creo que la izquierda europea, y los partidos comunistas carecieron de una reflexión propia sobre la teoría política –con excepciones como la de Gramsci o Rosenberg; no cabe menospreciar tampoco, en sus límites, el jacobinismo de Lenin -. De hecho, tras la segunda guerra mundial, sus políticas fueron funcionales a los estados llamados de bienestar, sin que se reflexionase sobre la ley, los aparatos de poder, la democracia, y sin que elaborase una teoría política normativa propia al respecto. Lo más político que se llegó a decir era que se trataba de profundizar en una “democracia avanzada” –metáfora topológica-, intuición no elaborada. No teníamos si quiera análisis sobre lo que significaba, por ejemplo, que los parlamentos a penas funcionasen como tales y que las constituciones impidiesen a los parlamentos legislar contra la propiedad privada. Esta carencia de teoría política normativa estaba muy arraigada en la socialdemocracia del siglo XIX y había sido heredada por el comunismo. Existía una corriente muy viva de rechazo de la política: el estado y la ley eran solo instrumentos de coacción de la clase dominante y servían para la lucha de clases; en consecuencia estaban llamados a desaparecer en el futuro. Recuerdo que en hacia 1975 Norberto Bobbio había escrito, en Rinascita si no ando errado, que Marx carecía de una teoría del Estado, y que esta idea había inquietado mucho a Sacristán. El republicanismo -es un nombre aceptable- es el intento de rescatar el acerbo político clásico, el único existente, gracias al cual y mediante el cual se han producido, antaño, en el Mediterráneo, y desde la Modernidad, en Europa, las grandes luchas de sociales y de clases, para repensar la política y ayudar en lo posible a que sirva para el nacimiento de un nuevo movimiento democrático, y para repensar y reconstruir el comunismo.

P: ¿Y por qué el comunismo?


R: Creo que el comunismo es un proyecto necesario: el proyecto ideológico comunista es el único cuyo núcleo central entronca con la tradición de la democracia heredada de la Revolución Francesa, a pesar de todos los desdibujamientos. En consecuencia, su núcleo ideológico, explicitado en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, es que el fin fundamental de toda actividad es construir un movimiento popular, el movimiento de la democracia, que permita a las clases subalternas organizarse e intervenir de forma directa y protagonista en la política y luchar por la soberanía. Esta es la única prioridad inexcusable del comunismo. La propia elaboración intelectual de los comunistas debe ser orgánica de las experiencias y objetivos propuestos mediante deliberación por el movimiento, no inventada por el estado mayor en un congreso. Recuerdo que cuando Marx va a desarrollar su crítica de la literatura utópica en el Manifiesto, comienza recalcando quién y por qué razón debe ser excluido de esa lista: “No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc)”.

P: No existe entonces, en tu opinión, ninguna otra corriente teórica que defienda esa posición.

R: No, no existe ninguna otra corriente teórica, intelectual, actual que defienda esta idea.

No existe ninguna otra tradición actual que se atreva a recordar que la violencia del enemigo aconseja tener teoría de la violencia como instrumento de lucha. Curiosamente, esta idea que es puro realismo político, y que siempre ha sido sostenida por el republicanismo tradicional, se borra en las elaboraciones teóricas de otras corrientes republicanas actuales y en las de las demás fuerzas políticas populares.

También sus análisis demoledores sobre el capitalismo, contrarios a la existencia de la propiedad privada de los medios de producción, que no son programa político –repito que el programa lo elabora el movimiento en acto- son solo preservados por el marxismo comunista

Estas ideas deben ser defendidas junto a las otras de la tradición política clásica: estado de derecho, libertades, ley, ciudadanía, constitución. Por eso creo necesario recuperar y reconstruir un proyecto ideológico comunista ayudando a que se reinstale en el seno de la tradición de que nace.