La primera pregunta dice así: "¿Está Usted de acuerdo en apoyar un proceso de final dialogado de la violencia, si previamente ETA manifiesta de forma inequívoca su voluntad de poner fin a la misma de una vez y para siempre?"
Tras leerla es inevitable la sensación de déjà vu: es una copia casi calcada de la resolución que aprobó en el 2005 el Congreso de los Diputados. En aquella se decía que “(…) si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad para poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia (…)”.
La pregunta es puro ejercicio de voluntarismo e intuyo que responde fundamentalmente a la necesidad permanente que tiene el PNV de presentarse ante el mundo como el máximo garante de la “solución dialogada y negociada al conflicto vasco”.
La segunda pregunta, con más miga, es la siguiente: “¿Está Usted de acuerdo en que los partidos vascos, sin exclusiones, inicien un proceso de negociación para alcanzar un acuerdo democrático sobre el ejercicio del derecho a decidir del Pueblo Vasco, y que dicho acuerdo sea sometido a referéndum antes de que finalice el año 2010?”
Lo retorcido de la pregunta, su mala redacción y la poca idoneidad para responder a ella con un “sí” o un “no” no es un invento de Ibarretxe: ya los quebeques plantearon en su día la siguiente enrevesada cuestión “¿Está usted de acuerdo con que Quebec debiera acceder a la soberanía tras haber efectuado una propuesta formal a Canadá de una nueva forma de asociación [partnership] económica y política dentro de lo previsto en la ley que se refiere al futuro de Quebec y el acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”
Era tan compleja la pregunta que para comprender qué significaba ahí la palabra “soberanía” había que acudir a la “Ley de soberanía” aprobado unos meses antes en los que se proclamaba la capacidad de Québec para convertirse “en un país soberano, adquirir el poder exclusivo de aprobar todas sus leyes y establecer sus impuestos y firmar todos sus tratados". Es decir, la independencia.
Cuando la democracia es tan pobre que el papel del ciudadano (aparte del aborregante ejercicio de sancionar cada cuatro años una lista de personas) se limita a poder asentir o negar en una consulta, lo mínimo que se puede pedir a quienes nos plantean las preguntas es que nos den algo a lo que podamos responder.
La pregunta de Ibarretxe es irrespondible y se merecería que, si llega a producirse la consulta, se escrutasen un millón de votos del estilo “éste papel vale por un bollu preñau y una botella de sidra” o “tonto el que lo lea”.
Vayamos por partes al examinar el contenido de la pregunta:
Para mí la actitud de quienes con su silencio justifican los crímenes de ETA es vomitiva, pero aún así creo que deben tener libertad para guardar silencio. Al igual que defiendo que el PP y el PSOE deben tener el derecho a poder seguir constituidos como partidos políticos pese a sus reiterados silencios ante las masacres del gobierno terrorista de Israel contra la población palestina y su negativa constante a condenar el genocidio que los sionistas están llevando a cabo en el medio oriente.
Pero yendo más allá: si el “derecho a decidir” es realmente un derecho, ¿cómo es posible que se negocie sobre él? Si como parece apuntar Ibarretxe es un derecho conquistado (la pregunta no plantea que la negociación irá encaminada a decidir si existe o no tal derecho a decidir, sino que lo plantea como un derecho realmente existente) habrá que cuestionarse sobre cómo ejecutarlo de la mejor manera.
Desde mi punto de vista la mejor pregunta sobre la cuestión nacional vasca que se podría realizar a la ciudadanía vasca sería aquella que versase directamente sobre la independencia del País Vasco.
Acabo la larga entrada de hoy con cuatro extractos de reflexiones de Lenin que vienen muy al caso:
"Sí, indiscutiblemente debemos luchar contra toda opresión nacional. No, indiscutiblemente no debemos luchar por cualquier desarrollo nacional, por la "cultura nacional" en general". (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional.)
"Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación". (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación)
“Para no conculcar el ‘derecho a la autodeterminación’, no debemos ‘votar por la separación’, como supone el perspicaz señor Semkovski, sino votar por que se faculte a la región que desea para que ella misma decida esta cuestión.
El reconocimiento del derecho a la autodeterminación ‘hace al juego’ al ‘más rabioso nacionalismo burgués’, asegura el señor Semkovski. Eso es una puerilidad, pues el reconocimiento de este derecho no excluye en modo alguno que se haga propaganda y agitación contra la separación y se denuncie el nacionalismo burgués. En cambio, lo que sí está fuera de toda duda es que la negación del derecho a la separación ‘hace el juego’ al más rabioso nacionalismo gran ruso de las centurias negras". (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario)
"¿Contestar ‘sí o no’ en lo que se refiere a la separación de cada nación? Parece una reivindicación sumamente "práctica". Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teoría y conducente a subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la práctica. La burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases". (Lenin. El derecho de las naciones a la autodeterminación.)
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