Las FARC y las lentejas de mi tía-abuela

Hay personas cuya opinión sobre ciertos temas valoro tanto que me adscribo a sus posiciones casi de forma acrítica.

Si existiera un debate sobre la mejor forma de cocinar lentejas, sin duda estaría en la trinchera de mi tía-abuela. Su trayectoria como cocinera de lentejas y su constante demostración de maestría en el lentejismo le dan los suficientes avales como para que yo, ante un debate sobre cuánto tiempo dejar en remojo las lentejas, me sume a su postura. Si mi tía-abuela dijera que hay que dejarlas durante toda la noche, y otros sostuvieran que de eso nada, que lo mejor son tres o cuatro horas, yo defendería que el buen remojo es el que dura una noche entera.

Si el debate sobre las lentejas girara entorno a cómo nos deberíamos posicionar ante las FARC, mi tía-abuela sería el activista de la izquierda colombiana Héctor Mondragón.

Extracto un pedazo de la carta (que podéis leer entera – os ruego que lo hagáis- aquí) que escribió en septiembre del año pasado a raíz de que le señalaran como miembro de las FARC con ocasión del asunto de los falsos correos del ordenador de Raúl Reyes:
He discrepado pública y privadamente desde hace 18 años con la estrategia de las Farc que se centraba y se centra en el papel de la guerrilla convertida en ejército revolucionario, en torno al cual el pueblo puede tomar el poder y producir las transformaciones sociales y coloca en segundo plano la movilización de las masas populares. (…) Este error político se ha convertido en una tragedia para la lucha popular, ha permitido el fortalecimiento de la extrema derecha que se ha convertido en gobierno y no solamente ha fracasado en impedir el despojo de las tierras de cientos de miles de campesinos y afrocolombianos, sino que lo ha acentuado y ahora permite y hasta provoca el desplazamiento forzado de indígenas en varias regiones del país.

En la mayoría de Latinoamérica, son las movilizaciones multitudinarias de las masas las que han comenzado a provocar cambios y a cuestionar al neolberalismo, la dominación de las transnacionales y el latifundio. Incluso en un país donde el sector agrario tiene un peso proporcional mayor, como es Bolivia, las movilizaciones masivas tienen el papel principal. (…) En Colombia en cambio, el enfrentamiento militar ha sido la cortina tras la cual la extrema derecha ha podido masacrar el liderazgo sindical y campesino e imponer así la demolición del derecho laboral y la legalización del despojo de tierras.

A pesar de la tragedia que significó el exterminio físico de 3 mil de sus integrantes, la Unión Patriótica se había ganado el cariño del pueblo. (…) Los acuerdos de paz de 1991 hubieran podido abrir el paso para que Colombia estuviera hoy en el rumbo de Latino América. Si esto no fue así se debió en parte a inconsecuencias de algunos de quienes los firmaron y al hecho de que algunos de ellos dejaron de luchar por el cambio social, pero se debió sobre todo a que el proceso no se continuó con acuerdos con las dos guerrillas más grandes, las Farc y el Eln. (…) Aunque es obvio que la derecha, especialmente el latifundio, la narcopolítica y ciertos círculos transnacionales sabían que no les convenía para nada ese acuerdo y se dedicaron a impedirlo con el estímulo al paramilitarsmo y sus asesinatos y masacres, también es cierto que esas dos guerrillas no tenían una estrategia congruente con la búsqueda de acuerdos de paz, que les permitiera visionar la importancia decisiva de grandes movilizaciones de masas como verdadero eje de los cambios que necesitamos.

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