Abandonar la consigna del Estado palestino independiente

Continúo con el tema que inicié en “Urge un giro sudafricano al conflicto palestino-israelí”. Aunque los puntos principales en los que fundamento por qué apuesto por esta solución ya fueron plasmados allí, hoy querría profundizar un poco en ellos a través de la cita de una persona con conocimiento sobre el asunto:

El artículo más completo que he encontrado sobre la solución del Estado único es del francés Julien Salingue, “La fin du mythe de l'Etat palestinien indépendant”, que fue traducido por Caty R. y que se puede encontrar en la web del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe. Recomiendo encarecidamente leerla íntegramente.

Aquí un extracto, en la que al autor se defiende de quienes acusan recurrentemente a la propuesta del Estado único de ser “poco realista” o “poco práctica”:

“Esa elección [la idea del Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza como una reivindicación más plausible frente a la comunidad internacional] tuvo dos consecuencias indirectas e indeseadas: popularizar la amalgama «cuestión palestina = Estado palestino» y dar a entender que se reunían las condiciones para encontrar un terreno de acuerdo con Israel en cuanto a una regulación global del conflicto. Pero en realidad los «dos Estados» de la OLP, y después de la Autoridad Palestina, nunca han sido los «dos Estados» de los dirigentes israelíes. La realidad sobre el terreno y las condiciones impuestas en las negociaciones no dejan lugar a dudas: de los acuerdos de Oslo al Plan Sharon, pasando por las propuestas de Barak en Camp David, para todos los primeros ministros israelíes, «el Estado palestino» nunca ha significado otra cosa que los cantones, y las negociaciones se utilizan, sobre todo, para asegurar la irreversibilidad de la situación sobre el terreno, aparentando al mismo tiempo que se busca un compromiso. (…)

Podemos preguntarnos qué «pragmatismo político» hay en pedir a Israel que se desplace, indemnice y realoje a casi 500.000 colonos; que abandone infraestructuras que le costaron, desde hace 30 años, más de 60.000 millones de dólares (sin contar el «Gran Jerusalén»); que acepte «devolver» Jerusalén Este a los Palestinos o que comparta la soberanía sobre el conjunto de la ciudad; que tolere en medio de su territorio una carretera que conecte Cisjordania y Gaza o, también, que renuncie al control de la frontera con Jordania (…) Podemos preguntarnos sobre el «realismo» de una consigna que ya no tiene base material: «Cisjordania» y «Jerusalén Este», son términos que actualmente sólo tienen un significado teórico, puesto que se refieren a entidades que ya no existen porque las ha fagocitado el Estado de Israel. Podemos preguntarnos también qué «realismo» se esconde tras un proyecto sin apoyo popular: en efecto, sobre todo no hay que confundir el apoyo a la vaga pretensión de un Estado independiente, asimilada por una mayoría de palestinos con la propia idea de la emancipación frente a la dominación de Israel, y cualquier adhesión de la población a un proceso negociado cuyo mayor éxito posible sería un «Estado» de saldo constituido por cantones bajo vigilancia israelí, la mitad de ellos habitados por refugiados en condiciones irregulares.

A la vista de las recientes y actuales dinámicas, la consigna del Estado único y democrático no es, en este sentido, menos «pragmática» o menos «realista» que la de los «dos Estados». Al contrario.

No es menos pragmática ya que, a fin de cuentas, no exige nada de más: el abandono del proyecto sionista de establecer un Estado judío. Muchos ex adeptos a la consigna del «Estado independiente como etapa previa al Estado único», actualmente reconocen la inutilidad de una etapa que mantiene la ilusión de «compromiso posible» entre la existencia del Estado judío y la satisfacción de los derechos nacionales del pueblo palestino, pero que para alcanzarlo ya necesita reunir las mismas condiciones políticas que las que se necesitan para el establecimiento del Estado único.

Tampoco es menos realista porque el Estado único ya existe, del Mediterráneo al Jordán y dotado, entre otras cosas, de un sistema económico único (desequilibrado pero unificado), una moneda única, infraestructuras comunes (carreteras, agua, electricidad…) y dos lenguas, el árabe y el hebreo, que ya son, oficialmente, las del Estado de Israel.

Y tampoco es menos realista porque la idea ya está en pleno desarrollo, cada vez tiene más partidarios dispuestos a defenderla, contribuye a reanimar notablemente el campo político palestino, que ha recuperado el debate, y encuentra un eco evidente y fácilmente comprensible entre los palestinos del 48. Podríamos ser testigos de nuevas dinámicas de estructuración y movilización de la población palestina y, por extensión, del movimiento de solidaridad, si la consigna desmovilizadora y surrealista, a la vista de las condiciones objetivas, «del Estado independiente y viable al final de un proceso negociado» se abandonase en favor de la exigencia de la igualdad derechos en un Estado único para todos los habitantes de la Palestina del Mandato.”

1 comentarios:

Anónimo dijo...
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