La escritora
Ayn Rand es para los neoliberales algo similar a una deidad seglar. La novela “
La rebelión de Atlas” es su obra más conocida. En ella, a través de sus personajes, Rand plantea al sistema productivo comunista una de las objeciones que más veces se escuchan cuando alguien plantea la máxima “
de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”.
La refutación de Rand (y con ella la de las personas adscritas al neoliberalismo –amén de que puedan tener otras objeciones, por supuesto-) se basa en lo siguiente:
Los comunistas sostenemos que una sociedad justa es una sociedad en la que cada persona está obligada a contribuir al bien común en la medida de sus posibilidades y que está habilitado para participar del bien común en la medida de sus necesidades. Siendo así, plantea Rand, ¿por qué no va a estar un trabajador legitimado para reclamar del bien común algo como por ejemplo un yate? (lo del yate es literal de su novela) ¿cómo determinar si alguien está aportando según su capacidad y quién y con qué autoridad puede negarme que ésta o aquella cosa la necesito? De regirse la sociedad por la consigna “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, el comunismo llevaría a una irresponsabilidad generalizada, donde la gente se negaría a trabajar y querrían vivir a costa de los demás.
Aunque dicha objeción puede parecer pueril a quienes estamos en el mundillo de la izquierda radical, ha calado lo suficiente entre los adversarios del comunismo como para dedicar unas líneas a contestarla.
Primero.- Cuando se lleva algo al absurdo (como hace Rand con el concepto de “necesidad”), tienes que tener cuidado con “el absurdo en sentido contrario”.
Me explico con un ejemplo claro: hay quien niega el derecho a la autodeterminación de un territorio alegando que si dicho territorio se autodetermina, ¿por qué no va a poder hacerlo una ciudad, y porqué no un barrio, y porqué no una casa? Como la autodeterminación de una casa es obviamente ridícula, se deslegitima la autodeterminación de ese territorio. Pero eso también funciona entonces en sentido contrario: si es absurda la autodeterminación de una casa, lo es la de una calle, y lo es la de un barrio de Bilbao, y lo es la de Bilbao, y lo es la de Vizcaya, y la de Euskadi, y la de España…pero sin embargo España sí está autodeterminada y eso no parece absurdo. Ergo esa reducción al absurdo es ridícula, porque funciona en los dos sentidos.
Con lo de Rand y “a cada cual según su necesidad” pasa igual: Rand ha llevado al absurdo las necesidades de las personas, y como es difícil establecer dónde está la línea de “lo que es necesario” (al igual que es difícil establecer la línea de “lo que es autodeterminable”) la lleva
hasta el absurdo (hasta “la necesidad de un yate”, al igual que la gente lleva el tema de la autodeterminación hasta “la autodeterminación de la república de mi casa”). Es obvio que nadie tiene necesidad objetiva de un yate, y si seguimos descendiendo desde el lujoso yate hasta cosas más mundanas, acabaremos llegando a la vivienda, a la prenda de vestir, o al plato de lentejas (que sí son objetivamente cosas necesarias), con lo cual concluiríamos que es entonces también absurdo necesitar vestido o vivienda (lo cual es una falacia: la vivienda y el vestido sí son necesarias). La reducción al absurdo de lo que es “necesidad” es ridícula: no es lo mismo la necesidad que los deseos. La necesidad puede (y debe, si hablamos de un sistema socialista/comunista) ser objetivada.
Segundo.- Lorenzo Peña, que fuera militante del PCE (desconozco si a día de hoy sigue siéndolo, sé que formó parte de la escisión que creó el PCE (m-l) pero también leí que se volvió a reincorporar al PCE hace no tanto –lo que no sé es si lo abandonó o continúa militando-) explica de una forma que creo excelente las objeciones en lo relativo al “zanganismo” y al subjetivismo:
“(…) a fin de asegurar esa contribución al bien común, habrá que restringir el criterio igualitario de distribución según las necesidades, criterio sólo aplicable a los diversos individuos en tanto en cuanto contribuyan al bien público proporcionalmente a sus posibilidades. Habiendo individuos que, en mayor o menor medida, queriendo aprovecharse de los demás, rehúsen hacer aportaciones adecuadas, es lógico que sufran una merma proporcional de la participación en el bien colectivo.
Frente a ese igualitarismo que defiendo se han formulado dos objeciones principales. La una es que es inviable una sociedad así porque propiciaría una irresponsabilidad generalizada, al ser indiferente lo que uno haga para recibir su parte igual del bienestar colectivo. La segunda objeción aduce que la noción de necesidades es puramente subjetiva, pues se reduce, en
definitiva, a las preferencias, o sea a los meros deseos.
Es errónea la primera objeción, porque, siendo incondicional el derecho a participar equitativamente en el bien común, no por ello es absoluto; lleva aparejada, como contrapartida, la obligación de contribuir al bien común; en tanto en cuanto se incumpla ese deber, será abusivo el disfrute del derecho de participación. Por eso, la política pública de distribución no podrá guiarse sólo por ese principio de distribución según las necesidades, sino que lo restringirá para incentivar el mérito, la aportación voluntaria al bien común. (Los zánganos verán su porción reducida al mínimo, porque no es verdad que cada uno tenga derecho a escoger, si lo quiere, una vida de holgazanería.)
También es falsa la segunda objeción. El igualitarismo ve un valor en la felicidad humana, pero una felicidad entendida como concepto con una dimensión social y normativa, según pautas objetivizables, verificables, y no de satisfacción de caprichosas preferencias desiderativas. La determinación de las necesidades se hace según criterios socialmente relevantes, en función de parámetros de comparabilidad intersubjetiva e imparcial. El ciego tiene unas necesidades de las que carece el vidente; en cambio, no tiene ninguna necesidad particular el glotón que ansía zampar angulas sin conformarse con una comida más corriente”.
PS.: neoliberales: ¡zas! en toda la boca.