Me sirvo de éste párrafo del genial Kelsen para ilustrar algo que creo que a día de hoy todo el mundo tiene más o menos claro: que hay un infinito abismo entre el Estado y esas personas que, como comunidad, se nos dice que somos soberanas en él y a quienes se nos llama “el pueblo”.
El golem inanimado que era el Estado tomó conciencia de sí mismo por mano de la clase dominante, quienes haciendo las veces de Rabino Loew le dieron la vida de la que ahora hace uso. De golem pasó a ser persona, tanto que se estableció que no se le podía ofender o ultrajar (aclarando que ni de palabra, ni por escrito o de hecho, para que no quedase lugar a dudas). El Estado tenía personalidad, y hacía y recibía acciones que hasta ese momento algunos sólo podrían imaginar que se las hicieran o las recibieran las personas. El Estado usurpó las esencias del pueblo, y comenzó a echar a andar solo.
Rafael Ricardi, súbdito español, en libertad tras pasar trece años en la cárcel por una violación que no cometió, se lamentaba de que nadie le hubiese llamado para pedirle perdón por el error judicial que le mantuvo encarcelado desde 1996. Al día siguiente la consejera de Justicia y Administración Pública de la Junta de Andalucía se disculpaba “como miembro del gobierno de la Junta de Andalucía, en relación a la responsabilidad que los socialistas pudieran tener durante los 30 años que llevan gobernando”.
Ésta señora, Evangelina Naranjo, intuyo que tratando de dárselas de pionera en compasión, se disculpó “como miembro del gobierno” por la responsabilidad que pudiera tener ¡su partido! (la partitocracia en éste país ya ni merece ser escondida o disimulada). Tras ésta falta de respeto ante los mínimos valores democráticos, Naranjo señaló que “otras instituciones y otros organismos deberían hacer lo mismo con este señor”.
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