Las democracias occidentales tienen un fuerte componente partitocrático. A pesar de que los partidos políticos se hayan configurado legalmente como un instrumento a través del cual ejercer la soberanía popular, la realidad es que el poder que se ha concentrado en los aparatos de los partidos es tan grande que ese imperio suele ser usado contra la propia democracia.
Son excepcionales las ocasiones en las que a la dirección saliente de un partido no la sucede otra dirección promovida por la cúpula anterior. La explicación puede encontrarse en la marcada piramidalidad y en el colosal clientelarismo que existe en el seno de los partidos.
Como estamos viendo ejemplarizado con el Congreso Nacional y los Congresos Regionales del PP (aunque es extensible a todos los grandes partidos), los procesos congresuales se desarrollan lejos de la acción directa de los militantes: los afiliados delegan todos los votos de sus asambleas en listas de compromisarios promovidas por las ejecutivas locales, cuya estabilidad depende en gran medida de las direcciones regionales, órganos en los que es muy complicado que lleguen a ocupar puestos de mando personas distintas a las impulsadas por la dirección nacional.
Esta delegación en profesionales o en cuadros intermedios de la organización, facilita que se lleguen a arreglos entre “oficialistas” y “críticos”: bien en forma de una cuota de poder en la dirección, bien ofreciéndose respeto mutuo a los cortijos de cada uno, bien otorgándoles determinados cargos de confianza.
Siguiendo con el ejemplo del Partido Popular, me parece digno de estudio sociológico que estos días en los que se acerca el Congreso asturiano del PP, me haya sido imposible encontrar a algún afiliado que apoye a Ovidio Sánchez (que lleva perdiendo en tres elecciones autonómicas consecutivas: 1999, 2003 y 2007). A pesar de eso todo apunta a la enésima reelección de la dirección saliente, que o bien volverá a llegar a un acuerdo con los críticos o bien se impondrá usando el famoso “quien se mueve no saldrá en la foto”, que es sinónimo de amenazar con enviar al ostracismo político a quien intente sin éxito derrocar al aparato actual.
Cuando se logra que unos pocos cuadros intermedios críticos acepten lo que se les ofrece o se echen para atrás, el Congreso en cuestión ya está vencido por el aparato: los críticos restantes irán cayendo en efecto dominó, dudosos de sus propias fuerzas pues, aunque saben que son mayoría en las bases, intuyen que no podrán superar las barreras clientelares y no ser por tanto capaces de trasladar esa mayoría al Congreso.
3 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo, Javi. En el caso del PP de Madrid es algo sangrante esa piramilidad de la que hablas y en la que los militantes de base prácticamente son zánganos -en el buen sentido de la palabra- manejados por unas cuantas abejitas mayores. Muy triste.
Ayer no se que coño le pasaba a tu blog que no me dejaba comentar. Misterios de la informática, desde que me dedico a esto estoy empezando a creer en fuerzas sobrenaturales.
De todos modos, respecto al tema que escribes, yo creo que está directamente relacionado con el debate ideológico. Quicir, el PSOE y el PP carecen de ese debate por lo que es imposible un criticismo más alla de la pura gestión. Y esa diferencia es tan minia que es perfectamente olvidable a traves de pactos internos.
De todos modos a veces tenemos la fea costumbre de reflejar esas cosas en IU también, eh...
@ Soria: ¡calla bastardazo que tú ahora eres un neoprog! menos mal que en el PP te tienen ahí silenciado, si no convertirías al gran partido de la derecha española en un antro socialdemocratilla :-P XD
@ Óscar: sí tío, ayer estuvo jodido el tema de los comentarios, no sé que pasó. Lo descubrí al intentar responde a algunos comentarios. Tuve que volver al sistema de la ventanica aparte.
A IU la incluyo entre "grandes partidos" en éste sentido (tiene muchos afiliados, bastante poder municipal...) y, como en el PP y en el PSOE, ir contra el aparato es una misión archijodida.
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