Conversación escuchada en la Línea 2 del bus urbano de Oviedo:
- ¡¿Martino?! No me hables de Martino que me pongo enfermo, qué cabronazo el Martino, qué fascista el tío, mira que es despreciable…
- Hombre, es un cabrón de aúpa, pero fascista es mucho decir.
- Ya, coñe, me refiero a fascista en el buen sentido.
Hay términos tan “sobresemantizados” (palabro que no me he inventado yo, sino que es un concepto parido por Santiago Alba Rico) que ya no dicen nada. “Fascista” es posiblemente el mejor ejemplo. Se ha manido tanto ese vocablo que cuando quieres describir a alguien que es realmente un fascista ya no te basta con decir que es “fascista”; de hecho si dices que es fascista posiblemente tu interlocutor pensará que simplemente quieres decir que es un tipo muy hijoputa, porque ese es el sentido normalizado de la palabra “fascista” (como decía el señor de la Línea 2, “fascista en el buen sentido”…)
Hoy hay palabras como “genocidio” o “holocausto” que, de tan usadas para intentar conmover o llamar la atención de quien te escucha, se han vuelto expresiones inútiles. Ahora se necesitaría emplear otras para transmitir el contenido original de esos términos…cosa extremadamente difícil: la llave de “la sala donde se crean palabras” en nuestro país la tienen en régimen de monopolio Ignacio Polanco, José Manual Lara Bosch, Paolo Vasile y tres o cuatro señores más.
La próxima vez que te sientas tentado a exagerar lingüísticamente, no lo consumes: Tutatis mata un gatito cada vez que se trilla una palabra que resulta realmente útil.
Por favor, piensa en los gatitos.